Miguel Ángel Valero
'Tres citas en Davos' (Olé Libros, 321 páginas) es la séptima novela de la periodista María Antonia Quesada (tres para niños: 'O segredo de Caaveiro' en gallego, 'El pescador de globos', 'El tesoro de las mariposas'; además de 'Inventario de otoño', 'El poder de tu nombre', 'El ingenio de los mediocres'), y una nueva demostración de su enorme y admirable versatilidad como escritora.
Es una novela que transcurre, fundamentalmente, en Davos (Suiza), la montaña mágica donde cada año se reúne la mano que mece la cuna en el sistema financiero internacional, donde se toman decisiones que afectan a toda la humanidad, y que es un termómetro que mide la capacidad de influencia y la posición de cada uno en tan privilegiada cima.
Pero se equivocará quien lea 'Tres citas en Davos' como una crónica de la crisis financiera de 2007 (que muchos consideran una auténtica estafa) o que busquen en Carlos Alonso, Philip Oakenshaw o Andrés Monroy (entre otros personajes) indicios de personas reales.
La novela muestra las trastiendas de Davos y de la banca, la ingeniería financiera, los paraísos fiscales, la compra de empresas en pérdidas para camuflar beneficios, entre otras prácticas para tratar de no pagar impuestos. Y donde la realidad supera abrumadoramente la ficción, por muy imaginativa que ésta logre ser.
Pero sobre todo retrata la ambición por el poder, la encarnizada lucha por llegar y mantenerse en la cumbre, y cómo se desatan las pasiones más oscuras del ser humano. 'Tres citas en Davos' escenifica cómo los tiburones de las finanzas tratan de ocultar sus fallos y sus debilidades. Y ése es precisamente el gran acierto de la novela de María Antonia Quesada, que da todo el protagonismo a uno de ellos, quitándole la mascara de triunfador y mostrando su realidad: un hombre angustiado, desconcertado, que conoce el miedo, consciente de su propia vulnerabilidad, del pánico al fracaso. Descubrir su propia fragilidad le hace más peligroso.
Porque no tiene moralidad: "el fin justifica cualquier medio; lo demás es hipocresía social". Y que se atreve a citar a Kant: "la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación". También queda patente su cinismo: "pasar información privilegiada es como mearse en la piscina: se dice que es una guarrada, pero todo el mundo lo hace".
"La meritocracia está bien para dar un brillo de barniz democrático del que luego presumir, pero a la hora de la verdad no se valora tanto como se supone", asegura otro tiburón de las finanzas. "Sin dinero los políticos perdéis toda vuestra capacidad de influencia", insiste el protagonista.
Frente al poderoso, Noelia, la antítesis que le coloca frente a a la realidad. Que de su propia debilidad obtiene la fuerza necesaria para enfrentarse al poder y a sus maniobras y abusos. Y que es consciente de que "somos como un rompecabezas que nunca se termina de hacer, porque cuando creemos que ya está, vemos que hay partes que cambian, rasgos que se difuminan o agudizan, creencias que mueren y experiencias terribles que emergen del rincón de la memoria donde las habíamos sepultado". Pero también de que "la sinceridad es una herramienta poderosa".
En un mundo hipermachista (por culpa, también, de algunas mujeres, que asumen un papel sumiso y secundario), que usa el sexo como herramienta de dominio, son precisamente los personajes femeninos los que colocan las cosas en su sitio, los que provocan los cambios al arrebatar a los hombres esas máscaras de triunfadores y enfrentarlos al espejo de sus miserias, al mostrar la realidad que los tiburones financieros como Carlos Alonso tratan por todos los medios de impedir que salga a la luz. Y los que, en definitiva, logran que se haga justicia.