Miguel Ángel Valero
Quien pretenda leer 'Fundamentos de economía financiera. Gestión de carteras y finanzas del comportamiento', de David Cano, en busca de indicaciones para anticipar la evolución de los mercados o para encontrar recomendaciones de compra y venta de activos, que se olvide. La obra de 363 páginas, editada por Almuzara en su colección Manuales de Economía y Empresa, del socio de Afi y director general de la gestora Afi Inversiones Globales, pretende explicar los principios fundamentales de los mercados financieros y su aplicación en la gestión de carteras, desde una perspectiva matemática pero sin olvidar la psicología financiera.
Con más de un cuarto de siglo de experiencia profesional en los mercados financieros y en la gestión de carteras, esta obra demuestra que David Cano sabe de lo que escribe. Por ejemplo, cuando insiste en que "las rentabilidades de los inversores se quedan por debajo de las totales del mercado, ya que tienden a comprar después de que un activo o fondo haya subido y a vender después de que haya perdido valor".
David Cano insiste en que los inversores destruyen valor por no elegir de forma correcta el momento de entrada y de salida, como demuestra en las páginas 125 a 128.
Hasta el mejor escribano tiene un borrón, y en la página 152 hay dos erratas en la definición de gestión activa y en el papel del gestor pasivo.
Dentro del esfuerzo divulgativo de la obra, sin perder un ápice de rigor académico (no en vano lleva 25 años como profesor de finanzas, mercados y gestión de carteras), destaca el capítulo 5, centrado en el riesgo y en la volatilidad, resumido en un párrafo: "Gestionar carteras consiste en gestionar volatilidad: aumentarla será una estrategia acertada si los mercados se revalorizan, pero incorrecta si corrigen. Una correcta gestión de carteras consiste en adecuar en cada momento la volatilidad al perfil de riesgo, al horizonte temporal y a las perspectivas para los mercados financieros" (páginas 174-175).
Precisamente para combatir el riesgo, David Cano propone una receta mágica: la diversificación (páginas 212-217). Sin olvidar la asignación de activos (páginas 310-317), y la definición de cartera eficiente (páginas 320-321).
Lecciones de psicología financiera
Sorprendentemente, pero con toda lógica, David Cano deja para el final lo más interesante, o al menos lo más digerible para un neófito en los mercados: el capítulo 9, dedicado a la psicología financiera (páginas 323-359). Su enfoque consiste en pasar de la 'racionalidad' de las matemáticas a la 'emocionalidad' del cerebro humano, "un mal aliado a la hora de gestionar carteras".
David Cano reconoce que "el Homo sapiens sobrevivió por pensar rápido y ponerse en lo peor", ventaja que se convierte en inconveniente para un invento humano como los mercados financieros, especialmente en momentos de pánico y de turbulencias en éstos. "El cerebro humano está permanentemente intentando evitar la pérdida", lo que le "lleva a vender en los momentos peores para ello, cuando los precios ya han caído". Y en los momentos de euforia, "seguimos al rebaño, sin plantearnos si es adecuado o no".
"Los humanos no decidimos de forma racional, y mucho menos cuando existe un cierto grado de incertidumbre o la decisión implica una probabilidad de pérdida", resalta el autor. "No somos Homo economicus. Somos animales emocionales e irracionales que se comportan de manera emocional e irracional", insiste.
Eso se demuestra con los sesgos, como el de exceso de confianza. David Cano cita a Pim Van Vliet, que en "El pequeño libro de los altos rendimientos con bajo riesgo" defiende que "la virtud de la persistencia bate al vicio de la sobreconfianza".
En una inusual autocrítica, el autor reconoce los gestos de los gestores de carteras, con una cita de Charlie Munger: "lo que piensas puede cambiar lo que haces, pero quizás aún más importante, lo que haces cambiará lo que piensas".
Y prácticamente termina el libro con otra advertencia, citando a Adam Grant en "Piénsalo otra vez": "mi sesgo favorito es 'yo no tengo sesgos', cuando una persona cree que es mucho más objetiva que el resto. Por lo visto, las personas inteligentes tienen más probabilidad de caer en esta trampa".