La Fundación Scherzo, en su ininterrumpido esfuerzo por acercar al público español lo mejor del panorama internacional de la música clásica, presenta en su Ciclo de Grandes Intérpretes al violinista Maxim Vengerov, acompañado por la Franz Schubert Filharmonia bajo la batuta del director Tomàs Grau.
Tendrá lugar el 21 de octubre en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, con un programa que incluye tres obras que permitirán al público deleitarse con la maestría técnica y expresiva de Vengerov, así como la impecable dirección de Grau al frente de una orquesta que ha destacado por su profundo respeto por las obras de los grandes maestros de la música clásica.
El Concierto para violín nº 1 en si bemol mayor, KV 207, compuesto en 1773, es una de las primeras muestras del virtuosismo de Wolfgang Amadeus Mozart como compositor para violín. Tenía escasos 17 años, pese a que ya se pueden observar las bases de su inconfundible estilo. El concierto destaca por su frescura juvenil y vigorosa energía. En tres movimientos, la obra transporta desde un vivaz Allegro moderato hasta el encantador lirismo del Adagio, finalizando con un ágil y brillante Presto. Una pieza que combina destreza técnica y la elegancia característica de la música de cámara mozartiana, que Maxim Vengerov interpretará.
El Concierto para violín nº 3 en sol mayor, KV 216, compuesto en 1775, es uno de los más populares y emblemáticos de Mozart. Con una estructura clásica en tres movimientos, esta obra es un verdadero testimonio de la madurez temprana de Mozart como compositor. Conocido como el Concierto de Estrasburgo debido a una melodía del último movimiento que recuerda a una danzapopular de la región, se distingue por su equilibrada combinación de elegancia y solidez técnica.
La Sinfonía n.º 1 en do menor, op. 68 de Johannes Brahms, completada en 1876 tras casi 20 años de trabajo, es considerada una obra maestra del repertorio sinfónico. Influenciada por Beethoven, la sinfonía muestra un equilibrio entre el rigor estructural y la profunda expresividad. Su primer movimiento es dramático y poderoso, seguido por un andante melódico y sereno. El tercer movimiento es más ligero, casi pastoral, y el final culmina en un tema triunfal, evocador del estilo beethoveniano. La obra consolidó a Brahms como uno de los grandes sinfonistas del Romanticismo.