28 Mar
28Mar

Miguel Ángel Valero

La cita de Francis Bacon, "El conocimiento es poder", procedente de su libro 'Meditaciones sagradas' (1597), planea por toda la obra de Jason Fagone 'La mujer que rompió los códigos. Una historia real sobre amor, espías y la heroína que ayudó a ganar al Segunda Guerra Mundial' (505 páginas, Pinolia, no consta el responsable de la traducción).

Elizebeth Smith, una joven maestra y poeta que es cuáquera, es contratada en 1916 por el excéntrico magnate George Fabyan para que encuentre los supuestos mensajes secretos que contienen las obras de William Shakespeare, que fueron realmente escritas por Francis Bacon, según esa teoría.

La criptóloga dedicará pronto sus conocimientos, unida a la que luego sería el amor de su vida y su marido, el científico judío William Friedman, a descifrar mensajes sin conocer la clave.

Juntos aplicaron eso del conocimiento es poder a contribuir a la victoria aliada en al Primera Guerra Mundial, luego a combatir a los contrabandistas de alcohol durante la Ley Seca, a los traficantes de droga, a luchar contra los fascismos, a desenmascarar una red de espionaje nazi en Sudamérica, y a descifrar varias versiones de la máquina Enigma, utilizada por los agentes de Adolf Hitler para ocultar sus comunicaciones.

Como explica el periodista y escritor en la obra, "la unidad básica de su vida no era la ecuación, sino la palabra. En el fondo, eran personas que amaban las palabras: palabras amasadas, tiradas y rasgadas, palabras volteadas y dispuestas en cuadrícula, filas y líneas que desfilaban por la pálida hoja de papel".

'La mujer que rompió los códigos' es también una reparación. Porque todo el mérito se lo llevó William Friedman: catalogado como "el mayor criptólogo del mundo" y como el 'padre' de la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU (NSA), que bautizó su auditorio principal en la sede de Fort Meade (Maryland), y donde hace guardia un busto de bronce sobre una placa que dice: "Pionero de la criptología e inventor, fundador de la ciencia de la criptología americana moderna".

Ni una sola mención a Elizebeth Smith, que trabajó codo con codo con su marido en varias de sus revolucionarias aportaciones, que era la más brillante de la pareja, y que se labró una espectacular carrera por su cuenta, pasando la guerra atrapando espías nazis. Sin embargo, en los libros que narran la historia del espectacular descifrado de códigos en el siglo XX poco menos que aparece como la esposa obediente de un gran hombre, casi una nota a pie de página.

Machismos aparte, la maestra y poeta enseñaba que "descifrar códigos consiste en detectar y manipular patrones. Los humanos lo hacemos sin pensar. Estamos programados para ver patrones. Los que rompen los códigos se entrenan para ver profundamente".

'La mujer que rompió los códigos' es también una demostración de que "no es del todo cierto que la historia la escriban los ganadores. La escriben los mejores publicistas del equipo ganador".

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