Miguel Ángel Valero
Un asesino en serie obsesionado con la física cuántica secuestra a personas que llevan dos vidas al mismo tiempo. Es la propuesta de Sònia Guillén en El principio de incertidumbre (Contraluz, 507 páginas). El lector va a aprender en esta novela más sobre la física cuántica (la paradoja del gato de Schrödinger, el principio de incertidumbre de Heisenberg) que en muchos sesudos estudios sobre esta materia.
Para ello, la autora deja citas de físicos como pistas. Richard Feymann, sobre el principio de incertidumbre, que consiste en "descubrir las cosas". Este mismo experto declara que "si crees que has entendido algo de mecánica cuántica, significa que no entiendes nada".
Claro que no toda la verdad se encuentra en la física cuántica, porque en ocasiones "la solución es tan evidente que no somos capaces de verla" y hay que aplicar la navaja de Ockham: "en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable". Este fraile franciscano (1285-1347, también se suele escribir Occam y Ockam) formuló la que se conoce como 'lex parsimoniae' (ley de la economía o de la parsimonia, que puede rastrearse hasta Aristóteles).
Pero luego viene Anton Zeilinger, premio Nobel de Física, para complicarlo todo con el entrelazamiento cuántico. Y otro Nobel de Física, Wolfgang Ketterle, habla de "comportamientos extraños y maravillosos que solo pueden ser explicados por la mecánica cuántica"
En la novela también aparece una gran frase de la película 'Gladiator': "La muerte nos sonríe a todos. Todo lo que un hombre puede hacer es devolverle la sonrisa". Pero Jeff Dune, doctor en Física Nuclear, sugiere que "en lugar de considerar la muerte como una conclusión de la existencia, necesitamos reconocerla como un cambio de forma".
Y los físicos aportan su propia definición del amor: "el intento de crear un entrelazamiento cuántico entre dos o más seres macroscópicos". Es más: "el amor, como la física cuántica, es un espacio de múltiples posibilidades y no debería regirse por las leyes tradicionales", aunque eso no lo defiende un físico, sino un policía.
Hay hasta un chiste: "el alcohol no es el problema, es la solución".
Pero luego vuelve el lío cuántico, esta vez de la mano de Erwin Schrödinger (el de la paradoja del gato que lleva su nombre), al plantear la hipótesis de que la conciencia es una entidad singular que es "idéntica en todos los individuos". "¿Podría uno entonces hablar en algún sentido de la supervivencia tras la muerte?", plantea.