Miguel Ángel Valero
Los españoles más mayores dejan de conducir a partir de los 75 años, según el estudio ‘El proceso de cese de la conducción en personas mayores’, elaborado conjuntamente por la Fundación Mapfre y el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona. Pero el 45% de éstos deja el volante de manera sugerida o forzada por las personas de su entorno, y no de manera voluntaria, y principalmente debido a sus condiciones médicas (41%), problemas de memoria (36%), dificultades para conducir el vehículo (32%) y un diagnóstico de demencia (23%).
Cuando se les pregunta a los familiares, las respuestas son muy diferentes: un 74% de ellos asegura que el mayor ha dejado la conducción de forma involuntaria, principalmente por problemas cognitivos (61%), deficiencias en la conducción y malas condiciones físicas (35%), así como debido a un diagnóstico de demencia (17%).
Un estudio anterior al de Fundación Mapfre muestra que en el 42% de los casos en que el mayor deja de conducir, la familia consideró que la gestión de esa situación fue complicada, y el 58% consideró que éste no aceptó el cese de la conducción. Y que “la mejor estrategia es aquella que responda a un proceso pactado, planificado y progresivo que permita minimizar el impacto negativo sobre el paciente y su familia, buscando el equilibrio entre conservar la independencia y garantizar la seguridad”.
Por su parte, el estudio de Fundación Mapfre subraya cómo influye el deterioro cognitivo de estas personas en la seguridad vial, una condición cada vez más frecuente a medida que las personas envejecen, y que puede resultar más difícil de diagnosticar en sus fases iniciales que otras condiciones físicas (como la pérdida de visión), ya que los reconocimientos oficiales de conductores no están diseñados específicamente para detectarlo.
Hace falta conocer mucho mejor cuál es el efecto real del deterioro cognitivo en sus diferentes grados y, sobre todo, cuando aquel es leve, en la seguridad del tráfico. Según indica la Sociedad Española de Neurología, “hay ausencia de consenso sobre los estadios iniciales de demencia y la recomendación del cese de la conducción”. En paralelo, es imprescindible alcanzar un consenso sobre cuáles son los mejores métodos para determinar dicho deterioro cognitivo (qué pruebas o baterías de pruebas). El informe reconoce que "no sabemos muy bien cómo valorar la capacidad de conducción, o la seguridad vial, en personas mayores con síntomas iniciales de demencia o de deterioro cognitivo".
Pero también deja muy claro que ni hay que restringir injustificadamente la movilidad, ni se puede conducir cuando exista un peligro para uno mismo o para los demás. Subraya, además, la importancia de que exista una comunicación abierta entre los mayores, familiares y los especialistas médicos respecto al hecho de dejar de conducir, ya que, sigue resultando un tema tabú.
“Ya no soy el mismo”, “mi familia ya no confía en mí”, “ya no sirvo para nada”. Así se sienten muchos mayores cuando dicen adiós a conducir su coche. En los casos de cese “forzoso”, el 41% lo vive de forma negativa, pues siente que pierde autonomía, porque no cree que deba dejarlo (27%), porque siente que no tiene el control de la decisión (18%) y porque le produce vergüenza y sensación de inutilidad (14%).
Entre las consecuencias más frecuentes cuando se abandona la conducción, destaca el hecho de estas personas tienen menor nivel de independencia (44%) y suelen abandonar alguna de sus actividades habituales (45%). Cuatro de cada 10 también reconoce que mejora su funcionamiento cognitivo cuando dejan de conducir.
Mejorar el diagnóstico del deterioro cognitivo
Mejorar el conocimiento sobre la relación entre deterioro cognitivo inicial y seguridad vial y alcanzar un consenso sobre las baterías de tests más adecuadas para diagnosticar éste, y su posible combinación con valoraciones en simuladores o en tráfico real, son algunas de las propuestas de Jesús Monclús, director de Prevención y Seguridad Vial de Fundación Mapfre, durante la presentación del informe.
Isabel Sala, neuropsicóloga de la Unidad de Memoria, del Servicio de Neurología del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau; y Elena Vera, investigadora predoctoral en la Unidad de Memoria del Hospital, coinciden con Jesús Monclús en la importancia de diseñar nuevos test de aptitudes para la conducción de los mayores; fomentar los cursos de actualización de conocimientos y habilidades de conducción en todos los españoles, con independencia de su edad; y facilitarles herramientas para el autodiagnóstico preliminar de las capacidades de conducción, incluidas Apps.
Porque los conductores mayores registran menos accidentes de tráfico con lesionados que los jóvenes, pero son más vulnerables cuando sufren lesiones en estos siniestros. También se caracterizan por ser el grupo con mayor experiencia y ser menos arriesgados que otros conductores.
Los siniestros con mayores de 65 años al volante son entre un 24% y un 51% menos frecuentes que los que registran los más jóvenes. Pero los mayores de 74 años presentan la tasa más alta de fallecidos por accidentes de tráfico de entre todos los grupos de edad, en parte debido a su mayor fragilidad física y al hecho de que, a menudo, estas personas conducen vehículos más antiguos que la media y se desplazan, con mayor frecuencia que otros conductores, por vías secundarias, menos seguras que autovías y autopistas.
Para evitar riesgos al volante, los expertos en seguridad vial de Fundación Mapfre recomiendan a estas personas mayores:
Pérdida de independencia
Dejar el volante, sobre todo si no es fruto de una decisión voluntaria, tiene importantes implicaciones sociales y emocionales, subraya el estudio de Fundación Mapfre. "Poder conducir implica que aún mantenemos unas condiciones de salud aceptables para no tener que dejarlo, permite disfrutar de autonomía e independencia para no tener que depender de nadie al desplazarnos o incluso sentirse útil haciendo de conductor de nietos, hijos, amigos…, así como participar de determinadas actividades sociales con los amigos o familiares, lo cual, además de permitir estar activo, implica mantener un cierto estatus social", subraya.
Se ha visto que la integración social con el grupo de amigos de aquellas personas mayores que dejan de conducir se ve afectada negativamente, incluso si se sienten competentes para usar el transporte público.
La libertad para ser autosuficiente a la hora de realizar las cosas que uno quiere hacer genera un autoconcepto positivo y un nivel elevado de autoestima, así como sentimientos de utilidad y autocontrol de la propia conducta.
Por eso, el proceso de dejar de conducir es complicado desde el punto de vista emocional. Mientras que a algunas personas les produce depresión, a otras es la propia conducción la que les produce estrés y ansiedad al ver limitadas sus capacidades físicas y psíquicas. Decirle a una persona que “ya no sirve para conducir”, sobre todo en aquellos casos en los que el conductor o la persona no reconoce los síntomas, no es tarea sencilla, y lo habitual es que la persona mayor rechace cualquier planteamiento sobre la conveniencia o necesidad de que deje de conducir.
Pero conducir es también una tarea compleja que requiere habilidades como capacidad de atención (a estímulos simultáneos), toma de decisiones, planificación, adaptación a cambios inesperados, buena capacidad visuoperceptiva, una correcta coordinación visuomotora, capacidad para valorar distancias y velocidades, así como intenciones de otros usuarios, además de funciones como la memoria de trabajo y la episódica o el lenguaje.
"En la gran mayoría de las ocasiones, y como consecuencia del proceso natural de envejecimiento, todos deberemos de dejar de conducir más tarde o más temprano. Se trata, por tanto, de un proceso 'natural' y previsible que no debería resultar traumático. Para ello, es preciso reconocer dicho proceso para anticiparse, prepararse", insiste el estudio.
Se debería evitar, a medida que se envejece, una excesiva dependencia del automóvil particular que suponga, cuando la necesidad de abandonar la conducción aparezca, un problema social o emocional, o un cambio de vida relevante negativo o no deseado. La necesidad de conducir, de existir, debería reducirse progresivamente.
El papel de la familia o de redes de apoyo en los desplazamientos, es fundamental en el proceso de cese de la conducción. A pesar de que un 64 % de los familiares viven el proceso como una cierta sobrecarga, no piden ayuda a terceros. Es preciso educar y dotar de herramientas tanto al conductor o conductora mayor como a su entorno familiar.
Los estudios muestran la importancia de una comunicación abierta y potenciar la autonomía en la toma de decisiones, hacer una buena planificación, dar apoyo para reducir el impacto a nivel de la propia identidad y fomentar una intervención que se base en el apoyo individualizado para aumentar el bienestar emocional.
Hay tiempo para preparar el proceso. No suele haber prisas. El período de tiempo que pasa entre el inicio de los primeros síntomas o dificultades en la conducción y el momento concreto en que la persona deja de conducir oscila entre los 2 y los 3,53 años. Por otro lado, el período de tiempo que pasa desde que se plantea el cese de la conducción y el momento real de dicho cese supera el año.
Disponer de un transporte público de calidad a los lugares de actividad diaria es fundamental para garantizar la movilidad activa y la accesibilidad tras dejar de conducir y para que la decisión de dejar de conducir no sea percibida como negativa, difícil o traumática.