26 Apr
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'A propósito de Joan Manuel Serrat' (Libros Cúpula) no es sólo un libro sobre el artista, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024. Es también  la biografía de un tiempo y de un país, desde su nacimiento el 27 de diciembre de 1943 hasta su último concierto el 23 de diciembre de 2022 en Barcelona, vista a través de los ojos de un periodista y escritor que le ha seguido desde crío, cuando lo escuchó por primera vez y pidió a familiares emigrados a Barcelona que le trajeran sus primeros discos grabados en catalán. 
Serrat ha construido la banda sonora de varias generaciones. Ahora, Juan Ramón Iborra, periodista, escritor y fotógrafo, subdirector de El Periódico de Catalunya, escribe sobre el 'noi de Poble Sec' como si de un recuerdo se tratase, intercalando capítulos de sus encuentros y entrevistas, desde que se conocieron en 1973, tras su concierto en la plaza de toros de Valencia. 
"Serrat representa, más allá de sus canciones, un ejemplo de honestidad y de conceptos morales bien arraigados. Nació cuatro años después de acabar la guerra civil en el seno de una familia de perdedores, que sufrió la posguerra del estraperlo y las penurias. Él supo subir a lo más alto", opina Iborra. 
"En Serrat converge un don para la creación de canciones bien resueltas, de modo autodidacta en el principio de los tiempos, de mayor elaboración técnica en su madurez, pero siempre con una intensidad de valores que provienen de una sólida educación familiar. Todo ello ha facilitado esa simbiosis de hacer buena música bajo el amparo vital de un hombre libre, que luchó y aún lucha por la libertad desde un invariable compromiso progresista", añade.

El libro recopila reflexiones del artista: «Sería muy difícil soportar nuestra memoria real y cruda, ¿no? El alma tiene una capacidad de sufrimiento limitada; para eso la memoria se convierte en recuerdo, ¿no? Y el recuerdo nos hace sobrellevarlo todavía mejor, porque hay gente que tiene que arrastrar recuerdos realmente terribles que, si no los modificara de alguna manera o se los arreglara, pues...".

"Yo creo que la nostalgia es una melancolía de baratillo, ¿sabes? A veces me lleno de melancolía, pero jamás recurro, o trato de no recurrir, a la nostalgia", confiesa. 

"La vida es una puñetera combustión, y uno va quemando muchas cosas en este discurrir. Pero yo me siento bien, porque estoy bastante de acuerdo con todas y cada una de las cosas que me han ocurrido en la vida, con lo que he sido, y me llevo bien conmigo y mis circunstancias. No tengo recuerdos que me atormenten ni pasados que me amarguen. Tengo dolores, tengo heridas y, sobre todo, tengo ausencias. Esto es lo que seguramente más me pesa. En las ausencias uno también se va muriendo, porque se mueren argumentos, se mueren... Cuando la historia compartida deja de serlo, uno se queda huérfano. La vida es cabrona en esto; se nos va llevando. Nunca entenderé a la gente que insiste en pervivir o en persistir en seguir vivo, cuando lo que realmente nos da la vida —lo que hemos hecho con otros— va perdiendo sentido al quedarnos huérfanos de estos cariños", subraya.

"En general, los sueños se quedan siempre muy lejos de la realidad. Uno está aquí y los sueños están allá. Bueno. Pero yo no creo que haga falta subirse a ninguna atalaya para descubrir esto. Quizá el paso del tiempo, que es cabrón, en cuanto a todo lo que representa de deterioro de las cosas y de las gentes, pues es magnífico en cuanto al aprendizaje que te da. Yo sigo pensando aquello que decía Oscar Bonavena, aquel boxeador, que la experiencia es un premio que te regalan cuando ya estás calvo", confiesa.

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