Miguel Ángel Valero
Donald Trump ha vuelto a agitar las aguas de la política estadounidense con una afirmación que, en cualquier otro contexto, sería considerada una amenaza directa al orden constitucional. Insinuó que tiene “métodos” para sortear los límites de la Constitución si decide buscar un tercer mandato presidencial. En EEUU, ese tipo de declaraciones no solo tensan los principios democráticos, sino quehacen sonar todas las alarmas institucionales.
"Pero lo más inquietante no es solo lo que dijo, sino lo que revela: una forma de concebir el poder quecada vez se parece más a la de otros líderes autoritarios del planeta", opina el analista Pablo Gil, que recuerda que no es la primera vez que alguien en el poder intenta extender su mandato más allá de los límites establecidos. En 2018, Xi Jinping eliminó los límites constitucionales en China para convertirse en presidente de por vida.
"La comparación puede parecer extrema, pero las similitudes conceptuales están ahí. Trump ya no disimula su visión personalista del poder. Cree que el liderazgo debe estar por encima de las reglas, que su figura justifica la excepción. Es la lógica del 'yo o el caos', típica de los líderes que creen que el Estado y su persona son indivisibles", insiste este experto.
Esta mentalidad no se queda en las palabras. Se filtra también en el tratamiento a los medios de comunicación y a la disidencia. Mientras EEUU denuncia la represión en Hong Kong o la censura del Partido Comunista Chino, la propia administración Trump ha comenzado a mostrar gestos preocupantes en esa dirección.
Ha restringido la presencia de periodistas en actos oficiales por no seguir el lenguaje impuesto desde la Casa Blanca. Trump veta indefinidamente a la agencia AP, una de las más importantes del país, por escribir golfo de México en sus informaciones La Casa Blanca prohíbe a la agencia la entrada al Despacho Oval y al avión presidencial hasta que no adopte el cambio de nombre ordenado por el mandatario, Golfo de América. El veto fue anulado posteriormente por los tribunales.
Trump ha permitido que un estudiante extranjero sea detenido, e incluso deportado, simplemente por haber escrito un artículo crítico con Israel.
Más de 1.900 científicos han firmado una carta denunciando que el gobierno de Trump está socavando la investigación científica en EEUU, incluyendo recortes de fondos y censura específica en cuestiones como el cambio climático, del que el presidente es convicto y confeso negacionista.
A ello se suma su desafío constante aciertas sentencias judiciales que no le son favorables, alimentando una narrativa en la que las instituciones que lo contradicen pasan a ser vistas como enemigas del pueblo.
"No estamos ante un régimen dictatorial, desde luego, pero el terreno resbaladizo que se pisa al debilitar el respeto por la libertad de expresión, el pensamiento crítico y la independencia judicial es evidente", argumenta Pablo Gil.
En política exterior, Trump también está dibujando un nuevo mapa mental del mundo. Su cercanía a Vladímir Putin y su forma de abordar el conflicto generado por la invasión rusa de Ucrania —con llamamientos a una negociación que asume la legitimidad de las esferas de influencia— se alinea más con la visión geopolítica de Pekín que con la tradición estadounidense. Es un discurso que renuncia al papel de liderazgo global y acepta que cada potencia controle su espacio sin interferencias. Una visión funcional para evitar conflictos, pero profundamente peligrosa si lo que se pretende es defender los principios democráticos más allá de las fronteras.
En este contexto, las tensiones territoriales también adquieren un matiz ideológico. Mientras Trump asegura que defenderá Taiwán frente a los intentos de anexión de China, ha hecho públicas sus aspiraciones de “reclamar” Groenlandia para EEUU.
Este doble discurso erosiona la autoridad moral estadounidense y da argumentos a quienes justifican sus propias ambiciones geopolíticas con la misma lógica expansionista. Cuando el vicepresidente J.D. Vance afirma que “Groenlandia entiende que EEUU debe asumir su responsabilidad”, lo que hace es volver al lenguaje del siglo XIX, donde las grandes potencias hablaban de su “destino manifiesto” para ocupar territorios.
La pregunta que se hacen muchos aliados de Washington es hasta dónde está dispuesto a llegar Trump en su intento por moldear el mundo a su antojo. Y, sobre todo, qué quedará de los valores democráticos si el precio del liderazgo es aceptar sin resistencia, que el fin justifica los medios.
"Lo que estamos viendo no es solo una estrategia electoral o un exceso retórico. Es una concepción del poder que borra las fronteras entre democracia y autoritarismo. Cuando se desprecia la Constitución, se desacredita a la prensa, se minimiza la disidencia y se normalizan las esferas de influencia, el riesgo no es solo político: es estructural", avisa Pablo Gil.
"La democracia no muere de un día para otro. Se erosiona lentamente, entre aplausos, indiferencia y normalización. Y si no se defiende desde dentro, ningún enemigo externo será necesario para acabar con ella. Y llegados a estas conclusiones, toca que cada uno mire lo que ocurre dentro de su propio país, porque el autoritarismo no va de ideologías políticas, ya sean de izquierdas o de derechas, sino que se alimentan de un egocentrismo absoluto del que se cree que está por encima de las normas que nos rigen a todos", concluye.
Más cesiones de Trump
Por otra parte, móviles, ordenadores, chips, discos duros, las máquinas para fabricar semiconductores, y otros componentes electrónicos quedan excluidos de la aplicación de los gravámenes, en una prueba más del carácter errático de los aranceles de Trump. Estos productos tecnológicos quedan exentos de la tasa del 145% que se aplica a los 'made in China', y también de los aranceles 'recíprocos' del 10%.
La Administración Trump viene a reconocer que fabricar esos productos en EEUU es imposible, al menos a corto plazo. Y los productos electrónicos forman parte de la partida más elevada en las importaciones de EEUU desde China, unos 127.000 millones$.
La medida se interpreta también como un guiño a Taiwan Semiconductor Manufacturing, que ha anunciado una relevante inversión en EEUU. O a Apple, ya que la guerra de los aranceles disparaba 700$ el coste de un iPhone fabricado en China y que suele venderse por unos 1.000$.
Ya en su primer mandato, Trump eximió a los móviles, relojes 'inteligentes', y otros productos electrónicos fabricados en China de los aranceles.
Pero Trump va a anunciar un arancel específico para los productos tecnológicos (como ya los hay para los fabricantes de coches o para los productores de acero y de aluminio). Y su Administración no quiere acumular los aranceles sectoriales sobre los impuestos de forma general a las exportaciones de cada país, que son del 10%.
De hecho, el secretario de Comercio de EEUU, Howard Lutnick, aclara que la exención arancelaria anunciada es temporal, y que “pronto” contarán con un gravamen específico para estos artículos. “Todos esos productos se incluirán en la categoría de semiconductores y tendrán un arancel específico. Estarán incluidos en los aranceles sobre semiconductores, que probablemente entrarán en vigor en uno o dos meses. Así que éstos llegarán pronto”, asegura.
“Si insisten en seguir dañando sustancialmente nuestros intereses, China tomará represalias firmes y peleará hasta el final”, avisaba el régimen de Xi Jinping horas antes de la nueva cesión de Trump en su escalada arancelaria.