Solvitur ambulando

Miguel Ángel Valero

Un destacado miembro del sector de las corredurías de seguros, que no es socio de Cojebro, me preguntaba por los motivos de preferir el Camino de Santiago impulsado por esta organización en lugar del Congreso Nacional de Mediadores, que coincide con éste el lunes y el martes. Mi respuesta le sorprendió, lo que demuestra que la mediación de seguros sabe latín pero tiene bastante olvidada esta lengua clásica.

“Solvitur ambulando”. Es el argumento fundamental de la elección. Tuve que explicarle que es una cita de Agustín de Hipona, que se suele traducir como que el problema “se soluciona caminando”. Una idea que recoge, siglos después, Friedrich Nietszche, filósofo alemán en las antípodas de uno de los reinventores del cristianismo, cuando proclama que "todos los pensamientos verdaderamente grandiosos se conciben caminando”.

Lo que me lleva a otro pensador, éste judío austriaco-israeli, Martin Buber, que en 'Hasidism and Modern Man' afirma que “todo viaje tiene un destino secreto que el viajero ignora”.

Y algo parecido dice Leonard Cohen en una entrevista en el número 79 de 'Rocky Folk': Hay que hacer un largo camino para volver al lugar del que partiste".

Claro que Friedrich von Schlegel asegura que el viaje está habitado por un “anhelo de infinito”;

“Para llegar a la meta solo hay un camino que sea el más corto; pero para llegar al destino hay miles de rodeos. Con frecuencia el destino solo se alcanza si tenemos el valor de apartarnos del camino recto o incluso de deshacer lo andado. (...) Solo las personas que no rehúyen los rodeos dan con lo desconocido y descubren lo inesperado”. Es lo que escribe Karlheinz Geibler en “Déjate llevar por la calma. La vida es demasiado bella para apresurarse”.

Cojebro me ayuda a comprobar si es verdad lo que afirma Carl Sagan en 'Contacto': “Quizá seamos todos peregrinos en el camino que conduce a la verdad”. Y a ratificar lo que escribió un compañero en las fatigas periodísticas y uno de los mejores corresponsales de guerra en España, desgraciadamente ya fallecido porque el cáncer logró doblarle el pulso:  “Las pequeñas cosas son la verdadera riqueza del camino: una sonrisa, un silencio, un abrazo, unas ostras, una puesta de sol, una travesía entre mitos, una mirada cómplice”. Lo escribió Ramón Lobo en sus memorias, “Todos náufragos”.

También el Camino de Santiago permite verificar que “la soledad es un lugar abarrotado de gente”, como magistralmente la define Olivia Laing en “La ciudad solitaria: Aventuras en el arte de estar solo”.

Porque "cuando no sabemos hacia dónde queda nuestro verdadero norte, cuando estamos deshumanizados, la desorientación es aterradora. Estamos suspendidos en una vastedad vaga y sin rumbo”, escribe Sarah Wilson en Esta vida única, preciosa y salvaje”. Lo dice una mujer que pasó ocho años viajando por el mundo solamente acompañada por una mochila.

“La vida es toda una travesía en la que nos reunimos con nuestro límite una y otra vez”, nos recuerda Pema Chödron en 'La sabiduría de la no-evasión'.

“El auténtico sendero duradero que pasa por la experiencia implica ser fieles a los hechos reales de vuestra existencia, fieles a vuestra propia soledad, fieles a vuestro propio conocimiento secreto porque, por extraño que parezca, es ese conocimiento íntimo y profundamente personal el que nos vincula con mayor vitalidad y nos mantiene más confiablemente conectados”, dijo Seamus Heaney en su discurso de graduación en la Universidad de Carolina del Norte.

No podía faltar aquí el imprescindible Herman Hesse: “No tenemos más guía que nuestra nostalgia”, subraya en “El lobo estepario

“La vida es un milagro en cada momento de nuestra existencia. La Naturaleza os invita a estar a su lado (...) La esperanza solo tiene sentido cuando no tiene sentido tener esperanzas”, proclama Paul Hawkens, en el discurso de graduación en la Universidad de Portland, en 2009.

Lo siento, pero no se me ocurren más motivos para preferir el Camino de Santiago.