Miguel Ángel Valero
Tercera etapa del Camino, y ya pesan los kilómetros, las piernas, los kilos, los años, los excesos (el hallazgo de las lentejas con morro, el pacharán casero de Marcos Barón, que por fin se hizo carne y que arrasó entre el orballo y el viento), pasan factura, sobre todo en el tramo final, que se hace más largo de lo que es realmente.
Unos recurren a los masajes, pero yo prefiero apelar a la mejor herramienta que se ha dado la humanidad para tratar de resolver sus problemas: la literatura. Sobre todo, la poesía, como el "Martín Fierro" de José Hernández:
Debe el hombre ser valiente si a rodar se determina;
primero, cuando camina;
segundo, cuando descansa;
pues en aquellas andanzas perece el que se acoquina”
También se puede recurrir a la novela. En ese sentido, recuerdo lo que escribe Sara Desirée Ruiz en "Lo que dejan las madres": “la carga se hace más ligera si se comparte con quienes conocen su peso”. Y recomienda: “dosifica bien la energía porque nunca sabes cuándo vas a poder descansar”. Y que “no abandones el camino hasta que llegues a tu destino porque al alcanzarlo, encuentres lo que encuentres al final, te dará el impulso necesario para seguir adelante, ya sea en la misma o en otra dirección completamente diferente”.
La maleta se reencontró con Zabaleta
Seguimos con la poesía. Un peregrino, habitual en el Camino Cojebro Solidario, sufrió en Madrid la pérdida de su maleta. Tres días después, aparecía. Entre medias, la logística de Cojebro, que puso remedio a las necesidades más urgentes. Y la solidaridad de los demás, que pusieron a disposición de la víctima todo lo que hiciera falta. Hasta hubo ideas peregrinas, como asaltar un contenedor de reciclaje de ropa.
Como magro consuelo, estos malos versos:
Ay maleta,
como en Iberia se tocan la bragueta
a Zabaleta
le pierden la maleta
y le han dejado casi en porreta
Porque en el aeropuerto el pasajero se queda sin muleta
y la maleta viaja a La Valeta
Ay, maleta,
tres días sin Zabaleta
a ver cómo sales de esta.
Es también un pequeño homenaje a Pedro Zabaleta, de Aegon. Fue la persona que mejor me trató el primer año que hice el Camino Cojebro. El que mejor entendió qué hacía allí, qué buscaba. El que contribuyó a desmontar bulos, algunos muy mal intencionados, sobre mi presencia allí. El que más y mejor ha entendido mi forma de relacionarme con los demás, mi sentido de la ironía y del humor. Y eso que es imposible que se entiendan uno de Moratalaz y otro de San Blas. El que siempre estaba de buen humor. Pero también el que más caña me daba cuando lo merecía.
Gracias, Pedro Zabaleta, pese a la brasa que has dado con tu extraviada maleta.
La ley del barrio
En las tres ediciones del Camino Cojebro he comprobado que, cuando camino y me acerco a algún corredor o asegurador que está hablando con otro, se hace el silencio. Lo entiendo, porque nadie quiere, yo el primero porque me conozco el paño, a un periodista cerca.
Pero quiero dejar muy claro que soy seguidor de la ley del barrio, que en este caso significa que lo que se oye, lo que se ve, lo que sucede en el Camino, en el Camino debe quedarse.
Además, algunos habéis podido comprobar que tiendo a acelerar la caminata para estar solo en algunos momentos. No se trata de llegar el primero, sino que trato de hacer caso al presidente de Cojebro, que recomienda reservar un espacio para que el peregrino se enfrente a sí mismo a ver si logra encontrarse.
En esta soledad llena de gente que es el Camino, intento reflexionar sobre las duras, pero sin duda justas, ponderadas y fraternales, admoniciones que el actual consultor externo de Cojebro (la verdad es que no he notado diferencia alguna respecto a cuando era gerente) me hizo durante la cena del segundo día. Y que me obligan a enfrentarme con mi historia, mi trayectoria, mis defectos, pero también con mis virtudes, mis valores, mis principios (porque, como las meigas en Galicia, haberlos, haylos), y con las consecuencias de la elección personal de ir siempre de frente, de decir siempre lo que pienso (aunque en demasiadas ocasiones no pienso lo que digo), cueste lo que cueste, pese a quien le pese.
Así que, en el hipotético caso de que escuchara algo, y en el más improbable de que lo que oyera despertara mi sentido arácnido de que puede que haya una noticia, mi ética como periodista me obliga a solicitar autorización expresa para utilizar esa información, en cualquiera de los formatos que utilizamos (cita textual, sin atribución, off the record, documentación o background). Y todos tranquilos, porque lo que pasa en el Camino, allí se queda.
Y todavía me vienen con que el Camino no te cambia la vida. ¡Carallo!