Miguel Ángel Valero
Martin Luther King tuvo un sueño, I have a dream, que desgraciadamente no se ha hecho realidad prácticamente en ningún lugar del mundo. En el 7º Camino Solidario de Santiago, organizado por Cojebro, simplemente he tenido una revelación. Nada extraordinario en un lugar donde abundan seres míticos como el home marín, los xacios, las mulleres mariñas, la Santa Compaña, la Sociedad del Hueso, la Procesión das Xas, los mouros, el trasno, el tardo, el meniñeiro, el sumicio, el abelurio, el diaño burleiro, el demo rumundo, el Urco, el olláparo o el papón, entre otros.
Pero la revelación encontrada en el Camino tiene que ver con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Cuentan los Evangelios (Mateo 14:13-21, Marcos 6:30-44, Lucas 9:10-17, Juan 6:1-13) que Jesús de Nazareth se encontró predicando ante más de 5.000 hombres (sin contar mujeres y niños). Los discípulos le dijeron que solo había cinco panes y dos peces, que se convirtieron en alimentos para la multitud y además sobraron doce cestas llenas.
En el Camino Solidario, salvando las distancias y las siempre odiosas comparaciones, se produce un milagro diario. Tras decenas de kilómetros andando por los bosques gallegos, dos centenares largos de peregrinos se encuentran con un pantagruélico banquete, una orgía de sabores, olores y colores. Que desde luego no es obra de ningún mago, sino que hay mucho trabajo detrás.
Un milagro fruto de la solidaridad de los socios de Cojebro, que parecen luchar por presentar los mejores manjares de su tierra, y del incansable trabajo de logística de los organizadores. Así, 30 kilos de morcillas de Sotopalacios (Burgos) son aportación de Diego Bacigalupe, que además entrega su magia de vuelta y vuelta en la sartén, como se ha podido comprobar en el banquete de hoy en el espectacular Monasterio de Sobrado. Las anchoas del Cantábrico las aporta Ana Ceballos; las gildas, Alkora; las chistorras, que han competido en igualdad de condiciones con las morcillas, Alme (Pamplona). El fuet, Ferrer Ojeda.
La maravillosa sobrasada mallorquina, que por sí sola justifica la peregrinación, es aportación de Llull. El chorizo de Zamora, otro gran manjar, de López Asegurado. Los dulces de El Portillo, que indican que la mejor manera de evitar las tentaciones es caer en ellas, las trae Ágora. Los licores, Ucoga. Y el pacharán, elaborado en casa con todo el cariño que le cabe en el alambique a Marcos Barón.
Este año el milagro gastronómico del Camino Solidario lo protagonizan los torreznos de Ávila, obra y gracia de Roberto del Olmo. La sidra asturiana, escanciada por la misma mano mágica que el que mece las morcillas, es de Tomás Amado. Los embutidos, de Sánchez Castañón y Alkora. La paella y el arte en los fogones son de Casa Ricardo.
Son todos los que están, pero es muy probable que no estén todos los que son, y se haya quedado alguno en el tintero. Así que me pongo la venda antes de la herida y pido perdón por si hay algún olvido o error.
Estas personas no son magos, sino corredores de seguros, no solo hacen el Camino, es que demuestran la solidaridad andando. Han dedicado tiempo y esfuerzo, y en algún caso seguro que también gastos, para que los voraces peregrinos lleguen cada día al punto de destino satisfechos.
Una lección de compromiso con una organización, con un Camino Solidario. Hacen cada día el milagro de los panes y de los peces. Por supuesto, sin menospreciar la intervención divina, que como las meigas en Galicia, haberla, hayla.